CARTA A ALONSO QUIJANO

Lunes, 27 Junio, 2016

Categoría D (adultos). Ganador: Carmelo Peña (profesor de automoción)

CARTA A ALONSO QUIJANO

Mi querido Quijote, mí añorado sueño de fantasía:

Ojalá pudieses estar aquí, ahora, ojalá pudieses cabalgar de nuevo a lomos de Rocinante y poner un poco de cordura en este otro nuevo mundo que me ha tocado vivir.

Supe de ti cuando tan solo era un niño y fue entonces cuando los locos que siempre han sido mayoría, seguían hablando con cierto aire de incomprensión de tus atrevidas extravagancias, ciegos a tu voluntad de crear un mundo mejor, más justo, más humano.

Pero dejemos de momento el mundo a un lado y hablemos de cosas más cercanas a ambos, tal vez más cotidianas, intimemos, sin otra pretensión que vencer por unos instantes a esa soledad que de un modo u otro siempre nos acompaña.

Me siento pequeño, muy pequeño, diminuto, ni siquiera me atrevo a compararme contigo, al fin y al cabo, yo no soy más que un niño sobre el que se han desplomado varias decenas de años, y que como tantos otros lucha por sus sueños, y que poco a poco ha ido tomando consciencia de la tremenda envergadura, del inconmensurable coste de tus ideales, de la inabarcable tarea que emprendiste sin más ayuda que la de tu viejo aliado Rocinante, el impulso del amor que sentiste por Dulcinea y la incondicional compañía de tu amigo, tu hermano Sancho.

De algún modo siempre te he envidiado, por muchos motivos, pero sobre todo por lo que guarda relación con tu fiel escudero. Tú, mi querido Quijote, siempre has contado con la incondicional compañía de ese amigo fiel que todos deseamos, ese amigo que siempre ha sabido comprender, aceptar, cada uno de los bretes en los que le has metido sin reparar en costes y esfuerzos. Mi querido Quijote, a Sancho poco le importaron tus promesas, aunque así lo dejase entrever el narrador de tus aventuras, pero antes, ahora, muchos sabemos que hay que saber leer entre líneas y ver que él, que Sancho, siguió tus pasos, con la única pretensión de no dejarte solo, de no quedarse solo… de estar más tiempo a tu lado. Él fue víctima de un encantamiento, con el que quedó maravillado de escuchar tus palabras, de sentir el timbre de tu voz cargado de ideales, y así fue como se decidió a compartir contigo ese modo tan especial de ver la vida… el pobre Sancho, admitió ser vapuleado, ridiculizado y maltratado por almas escuetas, vecinas de tu tiempo que muy bien siguen representadas en este otro, y todo, todo, lo hizo por ti y no por tus promesas.

Él fue lo suficientemente sabio como para no dejarse deslumbrar por el engañoso reflejo de unas monedas, y en cambio fue cegado por el brillo de tu mirada, portador de ese fulgor que hace únicos a los grandes personajes de nuestra historia.

Mí querido Quijote, desde luego y decididamente fuiste un hombre con suerte, con mucha suerte, aparte de la amistad conociste el amor… y ¿Sabes?... Dulcinea aun vive.

Si vuelves a buscarla, la deberás buscar en las cosas sencillas, que tal vez sean las que aún permanecen más puras, si la buscas, puedes hacerlo en los álamos mecidos por el viento, en el trino de algún pájaro o en la frescura de una tormenta de verano, si, ella sigue viva en el sueño de locos caballeros que cada día buscan el reflejo de los últimos rayos de sol sobre aguas tranquilas y no sobre armaduras ensangrentadas.

Dulcinea no lo sabe, pero ella encarna la esencia del amor y de todo su esplendor, ella vive en la entrega y el abandono, dicotomía indivisible de un amor que forma un cuerpo con dos polos que jamás podrán separarse. Dulcinea espera, también sueña, con ese caballero dispuesto a recorrer en su búsqueda centenares de leguas, con la única ayuda de unas destrozadas sandalias y una mochila vacía. Ella, sueña, desea que alguien encuentre el modo llamar a su puerta, esa que mantiene cerrada y que quisiera tener abierta.

Dulcinea vive, sueña y  está en todos nosotros cuando amamos.

En cuanto a Rocinante, la última vez que lo vieron, dijeron que lucía unas esplendidas alas. A pesar de todo, no se encontraba bien, se sentía apartado, desplazado por poderosas máquinas en cuyos lomos la gente llega rápidamente a cualquier lugar…  rápidamente…  antes…  y una vez allí no saben muy bien qué hacer, ni que decir, con tanta premura a sus espaldas, y entonces piensan de nuevo en acudir velozmente a otro lugar, siempre a lomos de esos diablos mecánicos que  precisan tanta atención que cualquier descuido sobre ellos resulta fatal. Estas máquinas cobran un alto precio y Rocinante nunca ha llegado a entender como tantas personas están dispuestas a pagarlo. Pobre Rocinante.

Mi querido Quijote, el mundo ha cambiado, sigue cambiando, pero seguimos todos aquí. Santos, demonios, ricos, pobres, magos, ladrones, humoristas, usureros, payasos, trapecistas, embaucadores, aventureros, oportunistas…  un mundo lleno de personas incapaces de ponerse de acuerdo, un mundo donde el egoísmo marca la pauta y así… y así, todavía mueren personas por falta de agua potable, de alimentos, de vacunas… millones de tragedias diarias que tienen nombre y apellidos, tragedias sin sentido que precisarían de un inmenso ejercito de personas como tú que pusieran fin a esta interminable locura…

Mi querido Quijote, no sabes cuánto te echo de menos, pero ahora, después de escribirte me siento mejor. Ha llegado el momento de despedirme, no sin antes decirte, que allá donde quieras que estés, no debes olvidar que tus pasos nunca se dieron en vano.

 

En un lugar de Guadalajara,  a 14  de Marzo de 2016